Manos anónimas y pacientes copiaron los cinco libros más sagrados del
judaísmo (Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio) entre 1150 y
1225 sobre un rulo de blanda piel de oveja. El pergamino consta de 56
segmentos cosidos uno tras otro hasta alcanzar los 36 metros de longitud
—198 columnas— y 64 centímetros de altura. Estaba archivado bajo el
nombre algo futurista de Rotolo 2, junto a otros 30 documentos en hebreo que la Biblioteca, en el corazón de Bolonia, guarda bajo llave.
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Un fondo que se fue enriqueciendo a lo largo de los siglos, gracias a donaciones de mecenas, papas y estudiosos. Allí se guarda una valiosa traducción al hebreo del canon médico de Avicena. Cuando en el siglo X el filósofo, científico y médico persa escribió su ensayo, el texto se convirtió en todo un best seller medieval, traducido y difundido en diferentes territorios. La versión que se conserva en Bolonia reprodue sus miniaturas de forma espléndida. Hasta ayer, el texto de Avicena se consideraba la joya de la corona de la colección. Pero algo cambió gracias a la investigación de Mauro Perani, catedrático de hebreo en el Departamento de Bienes Culturales, en Ravenna.
“Hacía mucho tiempo que quería redactar un nuevo catálogo de este núcleo de manuscritos. La directora de la biblioteca, Biancastella Antonino, me autorizó y me puse manos a la obra con mi colaborador Giacomo Corazzol. Cuando pasé a fotografiar el Rotolo 2, salté en la silla. Me di cuenta de inmediato que mi predecesor lo había minusvalorado: lo que tenía entre manos era un testimonio valioso y rarísimo, copiado antes de todos los pergaminos que hasta entonces conocíamos”, cuenta Mauro Perani.
El anterior catalogador de la colección fue un bibliotecario que dominaba bien el hebreo pero carecía de nociones de filología y paleografía. Se llamaba Leonello Modona y cuando archivó el Pentateuco en cuestión, en 1889, lo fechó en el siglo XVII. “Tiene una grafía torpe, con algunas letras, además de las habituales coronas y ápices, llevan apéndices nada comunes y extrañas”, escribía el hombre.
Perani se dio cuenta rápidamente del garrafal error de evaluación que había cometido su predecesor: “Lo que Modona liquidaba como rareza y desaliño, me pareció en realidad una prueba patente de que el manuscrito se remontaba a la época anterior a Maimónides, es decir como mucho a principios del siglo XIII”.
Ahora bien, Moshé ben Maimón, conocido como Maimónides, fue un médico, rabino y teólogo que nació en Córdoba en 1135 y murió en 1204. En su obra principal esculpió las reglas a seguir para copiar los textos sagrados de los judíos. “Su autoridad en el mundo contemporáneo hizo de su obra una especie de diktat para todos los amanuenses. El pergamino de Bolonia la desatiende de forma tan evidente que no queda otra que deducir que fue copiado antes”, evalúa el profesor Perani. “Contradice muchas de las reglas fijadas por el teólogo. Por ejemplo: distribuye y espolvorea a lo largo de toda la página las coronas y los ápices. Y añade trocitos de letras o señas en el extremo de izquierda de las columnas para que el texto parezca más compacto. Ambos trucos fueron prohibidos después”.
El análisis gráfico-paleográfico llevó al estudioso a considerar que el ejemplar pertenece a una tradición oriental, no sefardí, “muy elegante y refinada”. Pero no se quedó contento. Envió un trocito de piel al Centro de datación y diagnósticos del Departamento de Ingeniería de Salento para que sometieran el tejido a una prueba del Carbono 14.
Un amigo de la Universidad de Jerusalén pagó el mismo examen en el prestigioso taller de la Universidad de Chicago. Los resultados fueron similares y coinciden con las conclusiones del académico-descubridor: el pergamino sepultado en aquella caja fuerte de la biblioteca de la universidad más antigua del mundo occidental sería el ejemplar de Torá más antiguo llegado hasta nosotros.
Se trata de un nuevo guiño de la Historia, como señalan desde la Universidad de Bolonia. La ciudad del medievalista y semiólogo Umberto Eco, que reflejó sus atmósferas misteriosas en El nombre de la rosa, está estrechamente vinculada con el texto sagrado de los judíos: también en Bolonia, en 1482, se imprimió la primera edición absoluta del Pentateuco hebreo.
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Un fondo que se fue enriqueciendo a lo largo de los siglos, gracias a donaciones de mecenas, papas y estudiosos. Allí se guarda una valiosa traducción al hebreo del canon médico de Avicena. Cuando en el siglo X el filósofo, científico y médico persa escribió su ensayo, el texto se convirtió en todo un best seller medieval, traducido y difundido en diferentes territorios. La versión que se conserva en Bolonia reprodue sus miniaturas de forma espléndida. Hasta ayer, el texto de Avicena se consideraba la joya de la corona de la colección. Pero algo cambió gracias a la investigación de Mauro Perani, catedrático de hebreo en el Departamento de Bienes Culturales, en Ravenna.
“Hacía mucho tiempo que quería redactar un nuevo catálogo de este núcleo de manuscritos. La directora de la biblioteca, Biancastella Antonino, me autorizó y me puse manos a la obra con mi colaborador Giacomo Corazzol. Cuando pasé a fotografiar el Rotolo 2, salté en la silla. Me di cuenta de inmediato que mi predecesor lo había minusvalorado: lo que tenía entre manos era un testimonio valioso y rarísimo, copiado antes de todos los pergaminos que hasta entonces conocíamos”, cuenta Mauro Perani.
El anterior catalogador de la colección fue un bibliotecario que dominaba bien el hebreo pero carecía de nociones de filología y paleografía. Se llamaba Leonello Modona y cuando archivó el Pentateuco en cuestión, en 1889, lo fechó en el siglo XVII. “Tiene una grafía torpe, con algunas letras, además de las habituales coronas y ápices, llevan apéndices nada comunes y extrañas”, escribía el hombre.
Perani se dio cuenta rápidamente del garrafal error de evaluación que había cometido su predecesor: “Lo que Modona liquidaba como rareza y desaliño, me pareció en realidad una prueba patente de que el manuscrito se remontaba a la época anterior a Maimónides, es decir como mucho a principios del siglo XIII”.
Ahora bien, Moshé ben Maimón, conocido como Maimónides, fue un médico, rabino y teólogo que nació en Córdoba en 1135 y murió en 1204. En su obra principal esculpió las reglas a seguir para copiar los textos sagrados de los judíos. “Su autoridad en el mundo contemporáneo hizo de su obra una especie de diktat para todos los amanuenses. El pergamino de Bolonia la desatiende de forma tan evidente que no queda otra que deducir que fue copiado antes”, evalúa el profesor Perani. “Contradice muchas de las reglas fijadas por el teólogo. Por ejemplo: distribuye y espolvorea a lo largo de toda la página las coronas y los ápices. Y añade trocitos de letras o señas en el extremo de izquierda de las columnas para que el texto parezca más compacto. Ambos trucos fueron prohibidos después”.
El análisis gráfico-paleográfico llevó al estudioso a considerar que el ejemplar pertenece a una tradición oriental, no sefardí, “muy elegante y refinada”. Pero no se quedó contento. Envió un trocito de piel al Centro de datación y diagnósticos del Departamento de Ingeniería de Salento para que sometieran el tejido a una prueba del Carbono 14.
Un amigo de la Universidad de Jerusalén pagó el mismo examen en el prestigioso taller de la Universidad de Chicago. Los resultados fueron similares y coinciden con las conclusiones del académico-descubridor: el pergamino sepultado en aquella caja fuerte de la biblioteca de la universidad más antigua del mundo occidental sería el ejemplar de Torá más antiguo llegado hasta nosotros.
Se trata de un nuevo guiño de la Historia, como señalan desde la Universidad de Bolonia. La ciudad del medievalista y semiólogo Umberto Eco, que reflejó sus atmósferas misteriosas en El nombre de la rosa, está estrechamente vinculada con el texto sagrado de los judíos: también en Bolonia, en 1482, se imprimió la primera edición absoluta del Pentateuco hebreo.
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