Rubén, un niño de nueve años de La Pobla de Vallbona, Valencia, pidió que para su comunión, en vez de regalos, le dieran donativos para una casa de acogida en India, un proyecto que había elegido entre los que tiene Manos Unidas. Rubén recibió 7.075 euros de familiares y amigos y los entregó a la ONG, que destinará los fondos a instalar placas solares en el centro de acogida, donde viven 60 antiguas niñas de la calle de cuatro a 18 años, en la ciudad de Guawhati.
La decisión fue del niño, pero la idea la tuvo su madre, Amparo García, dueña de una clínica veterinaria en su pueblo, situado a 25 kilómetros al noroeste de Valencia. "Yo soy anticonsumista. No me gusta el regalar por regalar, almacenar cosas que al final acaban en el vertedero. Un día se nos va a comer la basura", afirma García por teléfono desde su trabajo.
La decisión fue del niño, pero la idea la tuvo su madre, Amparo García, dueña de una clínica veterinaria en su pueblo, situado a 25 kilómetros al noroeste de Valencia. "Yo soy anticonsumista. No me gusta el regalar por regalar, almacenar cosas que al final acaban en el vertedero. Un día se nos va a comer la basura", afirma García por teléfono desde su trabajo.
Con su letra de niño que el verano pasado iba a empezar 4º de Primaria, Rubén escribió una carta que su madre distribuyó por What'sApp a los invitados: "Gracias a Dios, tengo todo lo necesario, así que he pensado que si queríais hacerme algún regalo por este día, podéis darle mucho más fruto haciendo una donación anónima para un proyecto de Manos Unidos en el que estoy colaborando".
El mensaje a los invitados iba acompañado de un tríptico escaneado de Manos Unidas sobre la iniciativa. La casa de Guawhati, ciudad de un millón de habitantes, capital del Estado indio de Assam y situada cerca de las fronteras con Bután y Bangladés, acoge a niñas que dormían en la calle y, en muchos casos, han sufrido abusos y han sido explotadas, según explica la organización humanitaria. Lo regentan hermanas Salesianas.
Invitados
García, que está divorciada, asegura que todos los invitados, salvo tres "de mentalidad antigua", aceptaron cambiar los regalos por donativos. Después ella y su hijo llevaron el dinero a la delegación que la ONG de la Iglesia Católica tiene en el centro de Valencia.
Una de los regalos que sí recibió Rubén fue el tradicional reloj, que la madrina insistió en hacerle, otro fue una mochila. A nadie se le hubiera ocurrido regalarle una videoconsola a Rubén ya que, aclara su madre, en casa no entran "maquinitas".
Ahora las cosas le van bien, pero García cuenta que procede de una familia "que no era de pedir en la calle, pero sí humilde". De niña comía poca carne y muchas patatas y huevos de las gallinas que criaban en casa. Bastante antes de cumplir los 16 ayudaba recoger la naranja y la cosecha de cebollas. De aquella época le viene su aversión a malgastar.
Un tanto reticente a hablar con la prensa, Rubén dice que está contento de haber donado el equivalente a un centenar de regalos, pero que de momento no tiene pensado salir del país para ir a visitar el centro de acogida del que se ha convertido en benefactor.
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