17 nov 2013

El útero de alquiler del mundo.INDIA Viaje a la fábrica de bebés



La joven Manjuca, de 31 años, espera sentada en el salón. En la pared hay una foto de un bebé blanquito sonriente y un gran calendario en el que los días que pasan son tachados rigurosamente. Ella los cuenta. Hace dos semana le transfirieron el embrión de un matrimonio de Londres y en 15 días sabrá si está embarazada. Manjuca es una madre de alquiler. Si tiene éxito se quedará en el hogar de acogida durante nueve meses. No está sola. Más de 60 mujeres conviven en habitaciones de entre cuatro y seis camas. Algunas dormitan, otras hacen punto o ven la televisión. Siguen una dieta estricta. A todas les une un origen humilde y todas afrontan el mismo destino: son madres de alquiler. Darán a la luz a niños que serán criados por otras familias, muchas de ellas extranjeras, como la de un padre soltero canario que hace un lustro vino a recoger a su hijo a esta pequeña ciudad en el Estado occidental indio de Gujarat.

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Hasta hace una década, Anand sólo era conocido como el pueblo de la cooperativa lechera que en los años 70 propició la llamada revolución blanca, pero hoy es un referente mundial en maternidad subrogada. Detrás del fenómeno está la doctora Nayna Patel, la pionera, dueña de la clínica Akanksha en la que desde 2004 unas 500 madres de alquiler han tenido 697 partos.
Medio millar de centros como este han hecho de India una meca para quienes optan por esta práctica, atraídos por la calidad de sus servicios médicos, sus bajos precios y porque el alquiler de vientres es ilegal en casi todo el planeta. Sólo en octubre al menos seis parejas españolas tramitaron pasaportes para bebés nacidos de vientres de alquiler en el país asiático.
El negocio es boyante. La doctora Patel lo sabe y desde el año pasado está construyendo un macro hospital en las afueras de Anand, entre campos de cultivo y casas rurales, que abrirá en octubre de 2014 y acogerá muchas más madres subrogadas que el de ahora, entre 100 y 150.
Si Manjuca, de 31 años, se queda embarazada será la segunda vez que ofrece sus servicios a Akanksha, el máximo permitido por el borrador de ley pendiente de aprobación desde 2010, que regula también un máximo de cinco partos incluyendo hijos propios, dos cesáreas y una edad límite de 35 años para las madres de alquiler. «La primera vez lo hice para construirme una casa. Ahora lo hago por el futuro de mis hijos [dos niñas y un niño]», dice. Lo ve como un «trabajo» y asegura que «nunca» piensa en el bebé que tuvo en la primera ocasión para una pareja inglesa porque no lo considera suyo.
Para Rinku Megwan, de 32 años, también es la segunda vez que presta su vientre y su embarazo se halla ya en estado avanzado. Tiene mellizos de seis meses que crecerán en EEUU. Pragmática como Manjuca, la joven se muestra algo sentimental: «A veces pienso en qué estará haciendo, cómo será su cara. Tendrá dos años. No tengo contacto con la pareja para la que di a luz el bebé».
Durante el embarazo conviven en habitaciones compartidas. Por la clínica han pasado 500 gestantes. Reciben 6.500 euros
Entre las madres de alquiler se forja una cierta amistad. Son todas de distintos puntos de Gujarat, en su mayoría de zonas rurales. Muchas dicen seguir visitando el hogar de acogida meses después de haber terminado su servicio. «Somos una gran familia. Cuesta pasar tanto tiempo alejada de los tuyos pero tiene una recompensa final», exclama Megwan con una carcajada. «Los maridos y los hijos las pueden visitar los domingos y ellas pueden volver a casa en momentos de crisis o fiestas», explica la doctora Patel.
El concepto es sencillo. Alquilar su vientre reporta a estas mujeres un dinero que no ganarían ni en una década de trabajo. Para la pareja que recurre a ellas, que en muchos casos aporta el espermatozoide y el óvulo que engendran el embrión, es una manera de tener el bebé que tanto ansían. Y a un precio menor que en cualquier otro lugar. Todos contentos. Tanto que por la clínica Akanskha se han pasado ciudadanos de una treintena de países, de Australia a Kenia, pasando por Irlanda, Reino Unido o Hong Kong.
El nuevo hospital costará unos 3,5 millones de euros y será una auténtica fábrica de bebés. «Un nido» que en sus cuatro plantas albergará a las mujeres embarazadas, a los médicos y enfermeras que atenderán las consultas y conducirán los partos, al equipo que seleccionará y asesorará a las nuevas candidatas y a los matrimonios que se hospeden en la ciudad para recibir a su preciado bebé.
«Habrá más comodidad para todos, ahora está todo separado. Es un nuevo concepto. Hay un bebé y dos madres, la que a luz y la biológica. Queremos tenerlo todo junto», explica Patel en su despacho de la clínica actual, un edificio de 70 años de antigüedad algo desvencijado. Los papeles se amontonan sobre su mesa, junto a la que se levanta un pequeño altar con dioses y santones hindúes. Siempre tiene la sonrisa dibujada en la cara. Por cada embarazo contratado paga a la mujer unos 6.500 euros, aproximadamente un tercio de lo que los clientes extranjeros desembolsan. Para los indios la tarifa es algo más baja.

Profundas desigualdades

Los detractores ven en esta operación un negocio lucrativo, otro caso de explotación en un país con profundas desigualdades sociales. Ella dice «ignorar las críticas». Sólo ve una ventana de «oportunidades» en la que todas las partes salen ganando. Con un discurso optimista y cautivador desarrolla su idea: «Se trata de conseguir una vida más allá de la subrogación». «Les damos la vida deseada. Enseñamos a las mujeres qué es un banco, cómo abrir una cuenta, lo importante que es educar a sus hijos, compramos materiales para los niños, damos becas...». En su opinión, «lo importante» es «aprovechar» los frutos, pues «el dinero no va a durar siempre». De ahí que para el futuro tenga en mente aumentar el número de actividades que llevarán a cabo las mujeres que contrata. Durante el embarazo elaborarán productos como prendas de vestir, artículos de belleza o chocolates que serán comercializados bajo una marca identitaria por desarrollar. Tras el parto, algunas cocinarán o limpiarán en la nueva clínica y otras serán reclutadas como aprendices de enfermería. «Ya estamos recogiendo currículums».
La fórmula de Patel parece funcionar. El correo electrónico de la doctora recibe decenas de mensajes diarios. Repliega con cuidado su impoluto sari rojiverde, se sienta frente a la pantalla del Mac y en una enorme libreta de papel anota algunas preguntas. Un matrimonio del sur de España está interesado, inquiere por el precio y plantea fechas posibles de viaje a la India. El público foráneo compone la tercera parte de los clientes de la clínica Akanksha. Otro tercio son indios y el resto ciudadanos de ese país residentes en el extranjero. Entre los forasteros, predominan los estadounidenses. En EEUU la práctica es legal pero «cuesta seis veces más» que en la India, argumenta Patel, que defiende la ausencia de «malos hábitos como fumar o beber» en sus mujeres y la voluntad de «ayudar a una familia india» que mueve a muchos extranjeros.
Sólo el mes pasado, seis parejas españolas recibieron a sus bebés nacidos de vientres de alquiler en India
«Muchos españoles quieren venir pero no saben cómo, porque hay problemas», detalla. Desde que empezó solo ha atendido dos casos de clientes españoles, uno el del padre canario y el otro de un matrimonio que tuvo mellizos hace tres años y medio. Desde junio está en vigor un nuevo régimen de visados más estricto que ha complicado las cosas. Sobre el papel solo pueden recurrir a servicios de maternidad subrogada parejas heterosexuales que lleven dos años casadas. Esta restricción ha supuesto un duro golpe para aquellas clínicas indias de reproducción asistida que tenían en los gais un público habitual.
No ha sido así para el centro de Patel, que no atiende a homosexuales. «Yo los respeto», se justifica la doctora. «No lo hago porque este es un pueblo pequeño que no está muy expuesto a parejas homosexuales».
La normativa de visados aprobada por el Ministerio indio de Interior exige, además, un documento que acredite que el país destinatario «reconoce la subrogación», algo que en el caso de España es imposible puesto que es ilegal. La práctica era tolerada hasta ahora porque los niños de padre español tienen el derecho constitucional de obtener esa nacionalidad. Pero la nueva exigencia documental presenta un obstáculo para sellar el visado de salida en el pasaporte español de los bebés nacidos de madre de alquiler. Le sucedió a un matrimonio asturiano este verano, que tuvo varados a sus dos hijos dos meses en suelo indio hasta que las autoridades locales se conformaron con un documento que incumplía sus propias exigencias. Fuentes del Ministerio indio del Interior matizan que ante el volumen de situaciones potencialmente controvertidas «se estudiará caso por caso», algo que en la práctica se está traduciendo en que la Embajada española está pudiendo por el momento tramitar las solicitudes de ciudadanos españoles.

Enjambre legal

El enjambre legal atrapa a todos. Los trámites se prolongan a menudo indefinidamente. «Me va a llevar unos tres meses. Primero hay que conseguir la ciudadanía, luego el pasaporte. Creo que voy a cumplir un récord», asume resignada una mujer británica de origen indio, mientras su marido mece en los brazos al bebé, nacido hace un mes en la clínica. El matrimonio lleva 11 años casado, lo intentaron por muchas vías pero no podían tener hijos, y finalmente se enteraron de la posibilidad de recurrir a una madre de alquiler en el país de sus ancestros.
Gracias al boca a boca, «nosotros no necesitamos anunciarnos. Los pacientes anuncian la clínica por nosotros», clama el doctor Hitesh Patel, marido de Nayna y encargado de solucionar los papeleos que los clientes requieren. Hitesh recibe a la pareja en una sala en la que también se encuentra un matrimonio canadiense. Se fragua una empatía enseguida por los problemas y la felicidad compartidos. «El proceso es similar en Canadá. Esperamos que no haya problema pues hemos estado en contacto con la embajada», confía Dereck, el cabeza de familia, que no aparta la mirada de su vástago Peyton. «Ha merecido la pena», secunda su esposa, Marie. También ellos probaron suerte de varias maneras, tuvieron en dos ocasiones la posibilidad de adopciones privadas, pero no cuajó, y finalmente siguieron el consejo de «un primo de un amigo» que había estado en Anand tres años atrás.
Mientras las parejas conversan sobre el ajetreo previo al parto y lamentan haberse perdido el momento, la doctora Patel entra con prisa en la sala, que está adornada con fotos de su propia familia. Sonríe a los presentes. «Bebés, bebés por todos lados», dice, y la mujer británica confiesa que ha decidido iniciar otro proceso de fertilización de óvulos. «Ya que tenemos que esperar tanto, hemos decidido tener otro. Estaría bien un hermanito». La clínica le promete un éxito de entre el 40 y el 45 %.
Lejos de allí, en una pequeña aldea junto a Anand, Amita celebra los frutos de haber alquilado su vientre. En abril dio a luz a un bebé para un matrimonio extranjero y recientemente recibió el cheque que gratificó sus esfuerzos. Dentro de poco se reincorporará a la difícil realidad: un empleo de contable en una tienda remunerado con 50 euros al mes. Pero hoy toca festejar la inauguración del nuevo hogar, una casa de cuatro habitaciones con terraza construida con el dinero ganado.
Más de un centenar de familiares y amigos asisten con envidia a la fiesta. La gente come samosas, chapatis y arroz. Se reparten dulces. El inmueble aún necesita una capa de pintura. Amita lleva al periodista a un rincón. «Estoy muy contenta». Muestra la foto de un bebé dormido con el pelo moreno. Mira hacia los lados y dice: «Es para ti. La mayoría no sabe cómo gané el dinero. Prefiero mantenerlo en secreto, por el qué dirán». Se coloca el sari y regresa con su marido y su hijo. La fiesta continúa. Su familia es ahora importante en el pueblo.

Capital de la leche

No hay lugar en India donde la vaca haya alcanzado un estatus más sagrado que en Anand, capital mundial de la leche hasta hace una década. De esta ciudad, hoy con 633.793 habitantes (el 48% mujeres, frente al 45% de la media nacional), salía el líquido blanco que nutría a las más importantes cooperativas lácteas del país. Las cosas han cambiado y en la actualidad Anand, más que leche, lo que «exporta» son niños nacidos de sus cientos de vientres de alquiler.

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