La Resurrección de Jesucristo: preguntas y respuestas
En todos los Símbolos de la fe, desde el más antiguo conocido -el Symbolum Apostolorum-, se confiesa firmemente que el Señor al tercer día resucitó de entre los muertos (Dz 4, 5, 7, 9, 13, etc.). Es la infalible interpretación que la Iglesia ha hecho siempre del explícito y reiterado testamento de la Tradición y del Nuevo Testamento; es la expresión de la certeza de quienes fueron testigos directos de esta realidad histórica, y de su transmisión fiel a los que vinieron después.
¿Qué afirma el Catecismo de la Iglesia?
Catecismo de la Iglesia Católica
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Cristo Resucitado y María Magdalena
¿Por qué la Resurreccion es tan importante para un cristiano?
La firme certeza en la Resurrección del Señor es el fundamento de toda la fe cristiana: Si Cristo no ha resucitado, es vana vuestra fe (I Cor. XV, 17). Pero, Cristo vive. Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia. (...) Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos. No: Cristo vive. Jesús es el Emmanuel: Dios con nosotros. Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos (Es Cristo que pasa, n. 102).
Porque Cristo vive, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, puede dársenos así, entero, en el misterio de fe y amor que es la Eucaristía, de modo que la presencia de Jesús vivo en la Hostia Santa es la garantía, la raíz y la consumación de su presencia en el mundo (ibídem).
Se entiende la verdad de la palabra inspirada de San Pablo: si flaquease la fe en la Resurrección, vendría necesariamente a menos toda la fe: en la Eucaristía, en la misma Divinidad de Jesucristo (Él había anunciado la Resurrección como prueba de su divinidad: cfr. Matth. XII, 39-40), en la Redención (aún estaríamos en pecadocfr. I Cor. XV, 17), etc.
¿Qué quiere decir la expresión Cristo resucitó?
Que Cristo resucitó quiere decir que, después de haberse separado por la muerte, su alma volvió a informar a su cuerpo, uniéndose de nuevo a él.
Por tanto, es dogma de fe que el Cuerpo de Cristo resucitado es un verdadero cuerpo humano -no una apariencia-, y que es el mismo cuerpo que murió y fue sepultado: De corazón creemos y con la boca confesamos...un solo Cristo (que) murió con verdadera muerte de su cuerpo, y resucitó con verdadera resurrección de su carne y verdadera vuelta de su alma a su cuerpo (Inocencio III, Professio fidei ex Ep. Eius exemplo, 18-XII-1208: Dz 422). Y, con palabras del II Concilio de Lyon: creemos que (...) al tercer día resucitó de entre los muertos con verdadera resurrección de su carne (Conc. II de Lyon: Professio fide: Dz 462).
Por tanto, es dogma de fe que el Cuerpo de Cristo resucitado es un verdadero cuerpo humano -no una apariencia-, y que es el mismo cuerpo que murió y fue sepultado: De corazón creemos y con la boca confesamos...un solo Cristo (que) murió con verdadera muerte de su cuerpo, y resucitó con verdadera resurrección de su carne y verdadera vuelta de su alma a su cuerpo (Inocencio III, Professio fidei ex Ep. Eius exemplo, 18-XII-1208: Dz 422). Y, con palabras del II Concilio de Lyon: creemos que (...) al tercer día resucitó de entre los muertos con verdadera resurrección de su carne (Conc. II de Lyon: Professio fide: Dz 462).
Los Evangelios narran como el Señor mostró a los discípulos que era Él mismo, y no un espíritu con apariencia humana: Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpadme y ved, que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo...y comió a la vista de todos (Luc. XXIV, 39-43). En efecto, el Señor resucitado por sólo confirmarla (su Resurrección) comió con sus discípulos, no porque tuviese necesidad alguna de alimento (San León IX, Symbolum fidei ex Ep. Congratulamur vehemente, 13-IV-1053: Dz 344).
¿Y por qué conservaba las llagas de la Pasión?
Podemos considerar varios motivos de conveniencia para que Jesús haya querido conservar en su Cuerpo resucitado las llagas de la Pasión (cfr. Santo Tomás, S.Th.. III, q.54, a.4). Entre ellos está el de hacer más manifiesto que resucitó con el mismo cuerpo que había muerto en la Cruz y que había sido sepultado. Y, así, pudo decir al Apóstol Tomás: Trae acá tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel (Ioann. XX, 27).
¿Le resucitaron o resucitó por sí mismo?
Un elemento importante del dogma de la Resurrección de Jesucristo es que no fue resucitado, sino que resucitó por su propio poder: condenado a muerte y a cruz, sufrió verdadera muerte de la carne, y al tercer día, resucitado por su propio poder, se levantó del sepulcro (Conc. XI. de Toledo, Expositio fidei, año 675: Dz 286; cfr. también Paulo VI, Sollemnis Professio fidei, 30-VI-1968: AAS 60 (1968) p. 438).
El mismo Señor lo había declarado expresamente: Poder tengo para entregar mi alma y para volverla a tomar (IoannX, 18).Este poder, por el que Cristo resucitó, es el de la Persona divina, a la que permanecieron unidos tanto el cuerpo como el alma del Señor después de su separación por la muerte (cfr. Santo Tomás, S.Th. III, q.53, a.4).
Aunque el cuerpo resucitado del Señor es e1 mismo que había muerto y había sido sepultado, se levantó del sepulcro con unas características gloriosas preternaturales, de las que dan cuenta los Evangelios: Estando cerradas las puertas del lugar donde estaban los discípulos... Jesús se presentó en medio de ellos (Ioann. XX, 19); los dos de Emaús lo reconocieron. Pero El desapareció de su vista (Luc. XXIV, 31); etc., hasta que después de cuarenta días se separó de ellos y fue subiendo hacia el cielo (Luc. XXIV, 51).
¿Qué significa que Cristo subió a los Cielos?
Junto a la Resurrección, pertenece al dogma católico la Ascensión del Señor al Cielo, que también se profesa en todos los Símbolos de la fe (cfr. Dz 4 ss. 13, 20, 54, etc.). Esta glorificación del Cuerpo de Jesucristo (subió a los cielos en cuerpo y alma: Dz 13, 344, 429, 462, etc.) es la comunicación al cuerpo de la gloria que siempre tuvo el alma humana del Señor por la visión beatífica: gloria que le correspondía, pero de la que quiso prescindir para padecer y morir en la carne por la Redención de todos los hombres: se anonadó a Sí mismo, tomando forma de siervo… (Phil. II, 7), y así consiguió, también por vía de mérito, esa gloria para su cuerpo por lo cual, Dios le exaltó y le dio un Nombre que está por encima de todo nombre (Phil. II, 9). De modo que -explica Santo Tomás-, realizado el misterio de la pasión y muerte redentora, inmediatamente en la resurrección, el alma de Cristo comunicó su gloria al cuerpo. Y así fue éste cuerpo glorioso (S.Th. III, q.54, a.2 c).
Algunas personas dan otras explicaciones.
Como en cualquier realidad, mientras la verdad es una, los errores pueden ser múltiples y aun opuestos entre sí: Desgraciadamente, no faltan hoy día -junto a la simple negación de la verdad cristiana- explicaciones adultas que pretenden presentar el misterio de Cristo Resucitado de un modo aceptable para el hombre actual, o lo que es lo mismo, encontrar explicaciones que -negando o dejando en suspenso la fe- den cuenta razonablemente de la creencia de los cristianos en que Cristo resucitó.
Con frecuencia estos errores son consecuencia directa de los correspondientes errores acerca de la divinidad del Señor.
- Así, por ejemplo, quienes consideran la divinidad de Cristo como algo indiferente, importando sólo que es nuestro Redentor (planteamiento de origen luterano), dirán que la Resurrección no es (o no importa si lo es o no) un hecho físico históricamente acaecido, sino principalmente la resurrección de la confianza de los discípulos de Jesús, la resurrección de su fe en que habían sido liberados del pecado.
- Otros dirán que la resurrección consistió en una experiencia mística de los discípulos (en particular de San Pablo, cuyas menciones del episodio de Damasco en sus epístolas son consideradas como testimonio privilegiado de ese carácter simbólico o místico de la Resurrección, que viene a excluir o hacer muy dudoso e1 hecho físico); experiencia subjetiva que luego se revistió de ropaje mítico o novelado o escenificado (por ejemplo, en Mateo y en Lucas), para que pudieran entenderla de algún modo los que no habían experimentado esa vida nueva de Cristo en sus espíritus.
- Recientemente se ha difundido una teoría según la cual el objeto de nuestra fe sería la fe en la resurrección, no la Resurrección en sí misma: creeríamos que los Apóstoles creyeron en Jesús resucitado; pero que esto –dicen- tiene un importante valor religioso: la fe en la resurrección consistiría en la posibilidad siempre actual de una resurrección de la fe, la posibilidad de que la doctrina de Cristo renazca en la historia después de cada muerte (descristianización, desvirtuamiento, etc.).
- No faltan tampoco ahora las tesis racionalistas que simplemente niegan el hecho histórico de la Resurrección, e interpretan los Evangelios de acuerdo con la desmitización, únicamente basada en un radical prejuicio antisobrenatural, y siempre con los métodos característicos de la exégesis critica del protestantismo liberal, llena de postulados gratuitos y de irreverentes vivisecciones de los textos inspirados.
- Algunos autores católicos, sin llegar a negar la realidad física de la Resurrección, pretenden estar dentro del ámbito científico moderno a base de reinterpretar el dogma, de modo que, en lugar de la afirmación sencilla y valiente de la fe, siembran dudas interpretaciones oscuras, etc. Es típica la afirmación de que no hay que entender la Resurrección de Jesucristo como la reanimación de un cadáver: es algo mucho más serio y profundo; pero no dicen qué es ese algo más serio y profundo, o pasan directamente a algunas de las explicaciones heréticas brevemente mencionadas en el número anterior.
Desde luego, el Cuerpo muerto de Jesús no era un simple cadáver, pues seguía siendo parte de la Humanidad asumida por el Verbo; seguía unido al Verbo. Pero la Resurrección sí fue una verdadera reanimación (vuelta del alma al cuerpo)
¿Qué contestar a todo esto?
La Resurrección, aunque tiene aspectos misteriosos inasequibles a la sola razón, como hecho histórico es humanamente demostrable con el máximo rigor que cabe para probar un suceso histórico.
Especialmente en este caso, no basta esa demostración para aceptar plenamente la verdad, porque ésta lleva consigo una radical orientación de toda la vida y de su destino y conlleva otras verdades estrictamente sobrenaturales (especialmente, la Divinidad de Jesucristo): hace falta la fe.
Pero eso no quita que la Resurrección sea verdaderamente demostrable, con los medios de cualquier demostración histórica. De hecho, la Iglesia ha rechazado la siguiente proposición: la Resurrección del Salvador no es propiamente un hecho de orden histórico, sino un hecho de orden meramente sobrenatural, ni demostrado ni demostrable, que la conciencia cristiana derivó paulatinamente de otros hechos (Reprobada y proscrita por San Pío X, al aprobar el Decr. Lamentabili, 3-VI-1907: Dz 2036). También rehaza la tesis de que la fe en la resurrección de Cristo no versó al principio tanto sobre el hecho mismo de la resurrección, cuanto sobre la vida inmortal de Cristo en Dios (ibídem:Dz 2037).
Aunque la verdadera demostración histórica de la Resurrección no basta por sí sola para producir el asentimiento a esta verdad fundamental, constituye un importantísimo motivo de credibilidad, y a la vez una completa refutación de aquellos que pretenden demostrar científicamente que la Resurrección no fue un hecho físico históricamente acaecido.
Pero... ¿En qué datos se apoya la Iglesia?
Aunque la fe nos lo asegura plenamente, desde un punto de vista meramente histórico-humano es indudable que el Nuevo Testamento son escritos que se remontan a los años inmediatamente posteriores a los sucesos que narran, y que expresan la enseñanza oral -parte importante de ella- de los Apóstoles desde el mismo día de Pentecostés.
El análisis histórico de ese testimonio lleva indudablemente a la certeza de su veracidad histórica y, en concreto, a la historicidad de los relatos de la Resurrección del Señor.
- En primer lugar, es del todo cierto que Jesús murió verdaderamente: lo afirma San Juan, que fue testigo ocular (cfr. Ioann. XIX, 35); consta que Pilato se aseguró de que Cristo estaba muerto, antes de hacer entregar el Cuerpo a José de Arimatea (cfr. Marc. XV, 43-45); la Santísima Virgen, José de Arimatea, Nicodemo y las santas mujeres, no habrían embalsamado, ligado y depositado el Cuerpo del Señor en el sepulcro, si no fuese evidentemente cierta su muerte (si sólo estuviese gravemente herido y sin sentido); etc.
Además, los mismos enemigos de Cristo se cuidarían de asegurarse de su muerte, cuando fueron a cerrar y sellar el sepulcro(cfr. Matth. XXVII, 62-66}.
En consecuencia, es insostenible como hipótesis de interpretación histórica que los sucesos posteriores se debieran a que Jesús no había muerto del todo y que se hubiese recuperado de las heridas a los tres días.
- Es históricamente indudable que los discípulos anunciaron la Resurrección de Jesucristo. Ahora bien, esto sólo es posible si el sepulcro estaba vacío (como consta que lo encontraron la Magdalena, San Pedro y San Juan: cfr. Ioann, XX, 1-10): de lo contrario, los enemigos del Señor inmediatamente habrían presentado el Cuerpo muerto para desmentir aquella predicación, y el cristianismo habría terminado en ese mismo momento. En consecuencia, sólo caben dos interpretaciones humanas: la Resurrección o que alguien robase y ocultase el cadáver.
¿Y la hipótesis del robo y ocultamiento del cadáver?
El robo y ocultamiento del cadáver es históricamente insostenible como hipótesis. En efecto, no lo pudieron hacer los enemigos del Señor: fueron ellos precisamente quienes hicieron poner guardia al sepulcro para evitar semejante eventualidad (cfr. Matth.. XXVII, 62-66).
Además, el ocultamiento del cadáver habría avalorado la preanunciada y después predicada Resurrección, a la que ellos contradijeron después. Tampoco pudieron hacer esa operación los discípulos del Señor: no habrían podido hacerlo sin luchar contra la guardia (lo cual habría sido enseguida divulgado y habría dejado restos, etc.), y la hipótesis de que los guardias dormían (testigos dormidos, ironiza San Agustín) es inverosímil, atendiendo a las características del sepulcro (la gran piedra no podía removerse sin ruido notable, etc.) (cfr. Matth. XXVIII, 11-15).
Pero hay algo más importante aún: esta hipótesis del ocultamiento del cadáver es insostenible por la profunda depresión moral y de fe de los discípulos, que habían huido y estaban escondidos por miedo a los judíos (Ioann. XX, 19). ¿Cómo se habrían atrevido a un golpe de tal audacia, además dentro del riguroso descanso sabático? Y, sobre todo, ¿por qué motivo habrían hecho semejante cosa los discípulos? ¿Para hacer creer en una falsa resurrección y proseguir proclamándola después hasta el martirio?: es una imposibilidad moral absoluta.
Por otra parte, nadie que hubiese querido robar el cadáver se habría entretenido en quitar cuidadosamente las vendas y el sudario del cuerpo muerto (cfr. Ioann. XX, 7-8): incluso para transportar y ocultar un cadáver hubiera sido mucho más cómodo y seguro llevárselo bien envuelto como lo habían sepultado.
Además, el sudario de la cabeza permaneció envuelto -según el significado exacto del término griego-, lo cual sugiere la idea de que permaneció como si -estando envolviendo la cabeza- el cuerpo hubiese desaparecido sin desenvolver e1 sudario (como después, de hecho, también el Señor glorioso entró y salió del cenáculo sin abrir las puertas).
En consecuencia, desde el punto de vista de la investigación de las fuentes históricas, sólo cabe la explicación por la verdadera Resurrección del Señor.
¿Y no se lo pudieron inventar los discípulos?
Es moralmente imposible que los Apóstoles y discípulos se inventaran esas historias, por todo lo dicho hasta aquí. Es también imposible que se tratase de simples alucinaciones, estados místicos peculiares, psicosis colectiva, etc. Siguiendo los relatos evangélicos –que consta históricamente que recogen la predicación cristiana desde el primer momento-, recordamos que al inicio del tercer día –domingo-, María Magdalena fue, con otras mujeres, a completar el embalsamamiento como si pensasen que aquel cuerpo fuese a permanecer siempre en el sepulcro (cfr. Luc. XXIV, 1).
Después, ningún recuerdo de la anunciada resurrección le viene a la mente cuando encuentra vacío el sepulcro: sólo piensa en el robo del cadáver, corriendo avisa a Pedro y a Juan (cfr. Ioann. XX, 2). Vuelta al sepulcro, ni siquiera cree con la aparición de los ángeles: cuando se le aparece el mismo Señor, lo primero que piensa es que se trata del hortelano, y no le reconoce hasta que Jesús le hace evidente que es El y habla con ella, y ella se echa a sus pies (cfr. Ioann. XX, 11-18).
De modo semejante se comportan los Apóstoles, nada inclinados a creer cosas extraordinarias: toman por locas a las mujeres que les anuncian la aparición angélica (cfr. Luc. XXIV, 11); no creen a la Magdalena cuando ésta cuenta que ha hablado con Jesús (cfr. Marc. XVI, 11). Es completamente inverosímil, en semejante situación, la hipótesis de la alucinación, experiencias místicas peculiares, etc. Los Apóstoles sólo ceden (y no todos: Tomás, no) cuando Pedro anuncia que se le ha aparecido el Señor (cfr. Luc. XXIV, 34); por otra parte, parece que Pedro no creyó sólo por ver la tumba vacía (se admiró, pero sólo creyó San Juan: cfr. Ioann XX, 8); etc.
Después vinieron nuevas y repetidas apariciones, desde aquella a más de quinientas personas en Galilea (cfr. I Cor. XV,6), hasta el día de la Ascensión (cfr. Luc. XXIV, 50-52). Por último –como a un abortivo, dirá él- se apareció a San Pablo en el camino de Damasco (cfr. I Cor. XV, 8).
La certeza de los Apóstoles y de una multitud de discípulos en la Resurrección de Jesucristo -resurreción física, del mismo Cuerpo que había sido sepultado- se apoya en la roca firme de una reiterada evidencia directa, que tuvo que vencer una actitud interior decididamente hostil a aceptar el gran milagro. Y sobre esa evidencia -con la ayuda de la gracia- se edifica nuestra fe: Surrexit Dominus vere, Alleluia!
Síntesis de datos: José Miguel Cejas
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