8 oct 2017

Bajo la piel de 'El cantar de los cantares'

Emilia Fernández y Javier Gomá explicarán en la Fundación March la historia del poema de amor más bello del mundo
Los 117 versículos del Cantar de los cantares, que ocupan apenas 10 páginas en una edición cualquiera de la Biblia, constituyen el escrito más insólito del Antiguo Testamento y del texto sagrado en su conjunto. El Libro de Job podría disputarle este privilegio, pero el Cantar lo supera en audacia no sólo por omitir el nombre de Dios, sino también por albergar pasajes como éste, de tanta potencia poética como indudable contenido erótico: «Tu vientre, un montoncito de trigo rodeado de azucenas. Tus pechos, dos crías mellizas de gacela» (Cantar 7, 3-4).
Desde los Padres de la Iglesia hasta los grandes Doctores de la Edad Media, la versión canónica del texto ha dado de él históricamente una interpretación alegórica, según la cual vendría a ser el relato que hace el Espíritu Santo de la Encarnación de Cristo y del amor que profesaba a su Iglesia. Pero lo cierto es que el Cantar ha suscitado numerosas lecturas diferentes a través de los siglos y que hoy en día aún es el objeto de muchos debates.
Así lo reafirma la Fundación Juan March al organizar los próximos días 10 y 17 de octubre un miniciclo de conferencias sobre el que es, en lo literario, uno de los poemas más bellos jamás escritos, fuente a su vez de muchos de los tópicos de la poesía producida con posterioridad. Emilia Fernández Tejero, profesora de investigación del CSIC y doctora en Filología Semítica, abordará este martes las cuestiones elementales del asunto, comenzando por la autoría del Cantar, atribuida al rey Salomón (el de las 700 esposas y 300 concubinas), y los mitos que influyeron en su creación, lo que implica preguntarse por la fecha en que se compuso. El filósofo y director de la Fundación, Javier Gomá, tratará la semana siguiente sobre «el más bello comentario al poema de amor más bello del mundo», en referencia al que hizo Fray Luis de León.
Emilia Fernández, autora de una traducción del Cantar de los cantares publicada por Trotta en 1994, se plantea por qué el texto acabó formando parte de la Biblia hebrea después de que el Concilio de Jamnia diera por buena la interpretación alegórica que identificaba al joven pastor y a la amada del poema con el dios de Israel y su pueblo, exégesis que heredó el mundo cristiano adaptándola a sus propios dogmas.


Muchos siglos después, en 1561, un Fray Luis de León de 33 años que debutaba como escritor añadió audacia a la audacia del propio Cantar al cometer un doble pecado. Por un lado, osar traducir al castellano la Biblia, cosa prohibida porque el latín de la Vulgata era canónico, y hacerlo además directamente del hebreo. Por otro, proponer por primera vez una interpretación literal de los requiebros descritos en el libro.
Javier Gomá recuerda que esa opera prima del entonces joven profesor, poeta y, ante todo, exégeta ortodoxo de la Biblia le habría de costar cinco años de cárcel pues, por indiscreción de un amigo, se hicieron muchas copias de su escrito, que sin embargo permaneció inédito hasta el siglo XVIII. Fray Luis acometió aquella locura a instancia de una monja amiga, Isabel Osorio, del convento del Espíritu Santo de Salamanca, que no sabía latín.
Por supuesto, Fray Luis cree que la interpretación literal del Cantar está también inspirada por el Espíritu Santo, porque es propio del amor «volver al que ama en las condiciones e ingenio del que es amado», nos dice, pero se aleja de la tradición medieval de su maestro en Alcalá, Cipriano de Huerga, para quien «todo lo que Salomón cantó en este epitalamio excede lo corpóreo, no tiene nada que ver con el cuerpo ni con el comercio carnal».
Si la visión canónica veía en los pechos de la amada, por ejemplo, un símbolo de la ciencia y la sabiduría, el autor de De los nombres de Cristo, libro que comenzó a escribir en la cárcel, se atiene a la literalidad de las «dos crías mellizas de gacela» mencionadas al principio, dos cervatillos que son «cosa linda y apacible, llena de regocijo y alegría» y «tienen consigo un no sé qué de travesura y buen donaire con que roban y llevan tras sí los ojos de los que miran, poniéndolos afición de llegarse a ellos y tratarlos entre las manos».
El agustino ascético y observante de la doctrina que es Fray Luis casi se espanta cuando el Espíritu Santo «desciende a tantas particularidades», esto es, a describir muslos, vientres y ardientes besos en la boca, señala Gomá. Y así es como un fraile del siglo XVI, quizá por negligencia o descuido, se atreve a dar una visión lúdica y sensual, casi juguetona, de un texto sagrado.

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